Recuerdo venir en el metro, como a la altura de Caleta Portales, sentado al lado de la ventana mirando hacia el mar, allí estaban todos los botes en la procesión de San Pedro, llevando al Patrono de los pescadores en uno de ellos, en dirección hacia el muelle Prat. Recuerdo que era un día soleado, en blanco y negro y horizontal, me dediqué a sacar fotos en ese formato, el juego de brillos en el mar, el contraluz de los botes, sus banderines al viento, estaban vestidos para la ocasión y la gente acompañando por el borde de la playa o por el paseo Wheelwright, caminando, trotando o en bicicleta, me hicieron querer atesorar este momento en fotos. Estación Barón, estación Francia, estación Bellavista, seguimos mirando por la ventana del metro el conjunto de embarcaciones de distintos tamaños y su recorrido por el mar, adelantándonos a su destino, que sería el mismo nuestro. Hasta que llegamos a la última estación, nos bajamos en la estación puerto y caminamos en dirección hacia el muelle, ahí estaban todos esperando la llegada del Patrono, para dar inicio a una nueva procesión, esta vez por tierra. Vecinos, turistas, pescadores, escuelas de baile, bandas instrumentales, comercio ambulante, la ley y el orden, la familia Miranda, y uno que otro perro, estábamos esperando su llegada.
Pasado unos minutos arriba la procesión, nos acercamos al borde mientras suben al Patrono por las escaleras del muelle. Sobre una suerte de camilla adornada con flores se yergue la figura de San Pedro y en su mano izquierda, pegada a su pecho, la llave del Reino de los Cielos. Todos los feligreses dispuestos en cada línea de peldaños, o desde el bote salvavidas estaban viendo cómo se daba inicio a un nuevo peregrinaje, llevando a San Pedro en andas, el Carnaval está iniciado, la música comienza a sonar y los bailes al ritmo de esta, van avanzando por las calles, la gente se suma a la caminata, de repente aparece un auto con “alguien” sentado en el capo, cual mascarón de proa, abriéndose paso en el mar de personas, quien más que el maravilloso Tuga (asumo que cualquier porteño que se precie de tal debe conocerlo), mundial pero definitivamente patrimonio porteño. Iniciamos la procesión también, al son de bombos, platillos y bronces nos mezclamos entre los centenares de coloridos bailarines de las distintas cofradías que rinden tributo a la Virgen y al Patrono. Entre bailes, saltos, brincos y cánticos, hacemos el recorrido hacia el Norte por calle Errázuriz, Antonio Varas y Altamirano, hasta llegar a Caleta el Membrillo.
Una vez ahí se realizó la tradicional misa, se pidió por los pescadores artesanales y una vez finalizada, bajamos a la misma caleta, obviamente, a degustar la pesca frita, el vaso de vino y un pedazo de pan. Algunos miraban desde lo alto en las barandas, otros pululaban entre los mesones de atención, algunos continuaban bailando, otros mirábamos atentamente las pailas gigantes calentadas con grandes fogatas de leña, donde introducían las merluzas previamente pasadas por la mezcla, por lado y lado, esperando nuestro turno. Así cada año, así por más de 100 años, Valparaíso acoge esta fiesta religiosa, fiesta de los pescadores, fiesta patrimonial, fiesta urbana. Donde se une el mar y la tierra, religión y devotos, música y baile, comida y comensales, tradición y patrimonio. Todos de alguna manera participamos de ella, quizá como meros espectadores, mirando desde lo alto de los cerros, o mirando sentado en la playa, quizá como devotos feligreses, acompañando arriba de un bote, o como bailarín religioso o andino. Como cada ritual tiene sus distintos grados de participación.
Principalmente es una fiesta que nace del mar, mar que últimamente, se nos está haciendo cada vez más esquivo. Bien es sabido que Valparaíso es una ciudad puerto, y que inevitablemente debe responder a este destino y vocación, ya sea, con el tan polémico proyecto de expansión portuaria, a través de la ampliación del Terminal 2 o el puerto a gran escala en Sector Yolanda (T3), proyectos que deben ser dialogados, revisados, consensuados, para no transformarse en una gran razón de negación al mar, y en definitiva, el desprecio por hacerse cargo de un borde costero urbano, accesible y patrimonial. Quizás no sólo los pescadores artesanales deban encomendarse al Santo Patrono para que les de buena pesca y los cuide en el mar, quizás nosotros también deberíamos pedir al Patrono que, con su llave dorada, nos mantenga las puertas abiertas al mar y así no tener que acabar definitivamente con la fiesta. Yo por lo menos ya me encomendé. Amén.
Pablo González Zavala
Arquitecto Universidad de Valparaíso. 2007 Derecho Urbanístico PUCV. 2017 Fundador de TALLER 986, Oficina enfocada en el desarrollo colaborativo e interdisciplinario de proyectos de arquitectura de bajo costo, pertinentes en su emplazamiento urbano y carácter público social.