Por ahí un profe de taller en la Universidad nos dijo “el agua no hay que detenerla, el agua hay que dirigirla”. Cada invierno, y a la más mínima lluvia, sentado frente al televisor, vemos en las noticias y en uno que otro matinal, como la ciudad de Santiago colapsa, poblaciones inundadas de aguas servidas, pasos bajo nivel más parecidos a piscinas urbanas, sistemas de transporte interrumpido, autoridades de turno en terreno, noteros buscando la mejor cuña, el carro que transporta al peatón por un módico precio.
Inevitablemente al ver estas imágenes la pregunta que nos hacemos es. por qué? ¿por qué de nuevo? de quién es la responsabilidad de que esto pase? ¿del privado? del público? ¿Acaso de las autoridades? mal diseño? ¿mala ejecución? ¿Eventualidad climática? Nos enfrentamos a un quiebre entre lo artificial (la ciudad) y lo natural (el fenómeno climático), una falta de diálogo, un gallito que constantemente gana la naturaleza.
¿Pero qué pasa en Valparaíso? Un buen ejercicio que cada porteño debiese hacer, especial y específicamente en estos días de lluvias, como una manera de tomar y tener conciencia (y, en el mejor de los casos, hacernos cargo) de lo que pasa en nuestra ciudad, es hacer el recorrido de las aguas lluvias, como estas caen sobre nuestras cabezas desde lo más alto de los cerros hasta llegar al mar, considerado las aguas que se drenan en el terreno, la que se encauza en las grandes bóvedas de las quebradas y que no vemos, las que emergen de los colectores cuando colapsa la ciudad y que las volvemos a ver, la que corre por nuestras calles, la que baja por las escaleras haciendo que nuestros pasos sean cuidadosos e inseguros, laderas, la que se aposa en las depresiones del pavimento haciendo que nuestros pasos sean largos y cortos, la que se junta entre la vereda y la calzada y que a veces se acerca en forma de ola cuando algún auto pasa velozmente por ella, la que no nos permite cruzar de vereda a vereda sin aplicar un salto de bajada y uno de subida, la que genera socavones o aluviones, interrumpiendo la circulación de peatones y autos.
Es bien sabido que Valparaíso tiene una historia, un patrimonio geográfico que no solamente significa una división territorial, sino una manera de habitar con el agua. Valparaíso, en tanto ciudad, se fue construyendo en su relación con el agua, domesticando sus quebradas a partir del encauce natural de las aguas, construyendo una suerte de trama de bóvedas, cuya función es devolver naturalmente al mar el agua precipitada, historia de la cual se ha escrito mucho… pero qué pasa puertas adentro, qué pasa con nuestras casas, qué pasa con nuestro refugio. A otra escala, no urbana, pero no menos importante, también hay un recorrido del agua desde que cae en el techo de nuestra casa, o golpea en la fachada de esta, recorrido del que sí tenemos responsabilidad directa, del que sí podemos intervenir directamente, tanto del que la diseña como del que la padece.
Por oficio, en el ámbito de la vivienda social, me ha tocado ver diariamente como tantos arquitectos hay (incluido), tantas maneras de relacionarse con el agua, de domesticarla, hacerla llegar al suelo naturalmente o en algunos casos brutalmente (algunos como clavadistas olímpicos otros como el mejor guatazo de piscina plástica), para luego ser absorbida por este, dirigida hacia otro lugar (el vecino por ejemplo) o en el peor de los casos ingresando a nuestras casas, en forma de la tradicional gotera cuyo destino último será un balde, una olla o una toalla. ¿Nuevamente nos preguntamos por qué?
Es interesante, darse una vuelta por los cerros tradicionales de Valparaíso, “los turísticos” y reparar en los detalles constructivos de las antiguas casas de Valparaíso, no solo como definición estilística, compositiva, muy buena para la foto, sino que alejándose de toda estética, solo para ver cómo se hacían cargo de la gota de agua; hojalaterías, corta goteras, canales y bajadas de aguas lluvias, alfeizares, formaban parte del recetario constructivo de estas, de cuando se construía con materiales y no con productos.
Hoy en día, lamentablemente, es realmente escaso ver la utilización de estos elementos o detalles, la eliminación del pliegue del doblez que dirige o gasta la gota en la construcción de las viviendas, la búsqueda de la forma, del estilo o de una extrema abstracción por sobre la función, el ahorro económico, la calidad del diseño no debiese depender del costo asociado (no se ahorra en perejil), hace que estas al igual que nuestras ciudades colapsen a la menor lluvia.
Me imagino que después de hacer el recorrido y que para evitar que esto suceda en nuestra ciudad o nuestras casas, la idea es que cada uno se haga cargo, vecinos, técnicos, autoridades, en su competencia, en su escala y ojalá coordinados de no detener el agua, sino que de dirigirla, como dijo el profe esa vez.
Pablo González Zavala
Arquitecto – Universidad de Valparaíso. 2007, Derecho Urbanístico PUCV. 2017
Fundador de TALLER 986, Oficina enfocada en el desarrollo colaborativo e interdisciplinario de proyectos de arquitectura de bajo costo, pertinentes en su emplazamiento urbano y carácter público-social.