Durante años, los estudios de narratividad han centrado su atención en la problemática del hombre en el tiempo. Esto ha generado la impresión de que el espacio es un lugar que solo se revela o cobra importancia en el marco temporal de las acciones y sus historias. La gran mayoría de ciencias humanas, ha teorizado sobre cómo el tiempo influye en los modos en que comprendemos la realidad y construimos un discurso sobre ella (desde el impresionismo pictórico a la novela histórica, pasando por biografía y cine ciberpunk).
En gran parte, han sido los estudios sobre fotografía los que han permitido revisar las categorías desde donde se instala la voz de la narración en el texto. Desde este punto de vista, la fotografía y su extensiva teoría semiótica, desde ontológica a cultural, ha participado activamente de la revisión del espacio en todas las disciplinas humanistas contemporáneas. De esta forma, la intertextualidad de los estudios culturales, es una respuesta inclusiva -y obvia- que atiende a la lógica de los nuevos procesos de decodificación.
Para Roland Barthes, el index de la imagen analógica permitía adentrarse en ese momento robado a la muerte, en ese espacio vetado. Años después, Joan Fontcuberta, establecerá que la imagen postfotográfica (o postanalógica) da cuenta del engaño de lo visual, de la mentira ante todo. Estos ejemplos -guardando sus radicales diferencias- muestran que la fotografía ha permitido reflexionar sobre el espacio desde miradas nunca antes concebidas.
La dimensión espacial, entendida para Lefebvre como el lugar donde se concretan las prácticas sociales, nos ha revelado que el spatial turn surgido en los últimos años a nivel mundial, está reflexionando sobre el lugar habitado con una nueva focalización o narración de la historia. En este sentido, la fotografía cenital del dron nos otorga una focalización inaccesible por nuestra propia condición terrestre. La mirada del azor, como la intuía Huidobro en 1931, nos permite ver que el mundo es otro, un espacio desconocido no percibido desde aquel ángulo.
Søren Thuesen, conocido en las redes como s1000, y los hermanos Mike y J.P. Andrews, han instalado el concepto abstract aerial art; una geopoética captada por la fotografía de dron que nos conecta con un imaginario despolitizado y nos entrega paisajes reales de la tierra no intervenidos por la mano del hombre (como en el land art). Estas fotografías nos aportan un ángulo de visión nunca experimentado: el río Tinto de Huelva, los cordones montañosos de Navarra, o la playa Amadores de Canarias observados desde la verticalidad o ángulo de 180°, nos desvincula del referente geográfico zonal, haciéndonos percibir solo sus texturas, volumetrías y patrones.
Dronestagram, sitio que actualiza a diario fotografías de dron a lo largo del orbe, evidencia una poesía geográfica dispuesta a maravillarnos y, sobre todo, a humanizarnos desde la belleza de la realidad no antes vista. Esta microcartografía logra que la recolección de flores en Tailandia o el atardecer en el desierto de Namibia, se vuelven lugares desterritorializados que nos atraen por la estética y por el redescubrimiento de lo cotidiano. La narratividad de estos espacios, desprovistos de su correlato político y cultural, fraternizan nuestras percepciones, haciéndonos olvidar preconceptos con los que valorizamos la sociedad.
Macarena
Roca Leiva
Profesora de Literatura
Docente e Investigadora del Centro de Estudio del Patrimonio (CEPA), Universidad Adolfo Ibáñez. Chile.