Es abundante la investigación y literatura que destaca las bondades de incorporar tecnología en los procesos de aprendizaje y comunicación en contextos escolares, en modo particular cuando pensamos y proyectamos las aulas del siglo XXI. Ellas van desde proponer herramientas que aportan a las metodologías activas y a las habilidades de orden superior, hasta escenarios virtuales que auguran la inevitable obsolescencia de la docencia tradicional. Pero también existen quienes observan con cautela el influjo de los medios, sobre todo de las redes sociales y las pantallas, en la vida de los estudiantes. Mientras los primeros insisten en el universo de posibilidades comunicativas y conocimiento que ofrece Internet, y en general el mundo digital, los segundos advierten respecto de los riesgos, como si estuviésemos ante una caja de Pandora de cuyo interior podrían salir los males que den curso a los temidos futuros distópicos, de cuya posibilidad nos advierten las novelas de Huxley, Houellebecq o Paz Roldán, pero también series de televisión como Black Mirror o Los 100, ambas en Netflix. ¿Qué hay de cierto en todo ello? ¿Es la era digital en términos globales, y la tecnología en específico, el preludio de un nuevo salto en la evolución de las comunicaciones y el aprendizaje; o es más bien el nacimiento de una era post-humana, macada por la inteligencia artificial, que agudizaría en forma exponencial las actuales diferencias sociales y raciales, como plantea Yuval Noah Harari en su última publicación «Homo Deus. Breve historia del mañana»?
La evidencia de que disponemos hasta ahora no permite conclusiones tan polarizadas ni maniqueas. Pero sí hay algunas que no podemos ni debemos desconocer, en especial los educadores:
a. La era digital, y todo lo que ella implica de pantallas, redes y medios de comunicación e información, ha impactado en la mente de las personas en tal grado que solo se la puede comparar con el paso de la tradición oral a la escrita en la historia de la Humanidad. La revolución de la Internet es similar a la provocada, en su tiempo, por la imprenta de Gutenberg. El impacto se da a nivel neurológico, es decir, en la mente de las personas. Lo que cambia no son simplemente los aparatos o medios que usamos para comunicarnos o aprender, sino la forma en que aprendemos. Y esto se agudizará mucho más con la irrupción de la inteligencia artificial en lo cotidiano de la existencia.
b. El aprendizaje y la comunicación no se entiende en la actualidad al margen de la cultura digital. Y esto es lo que más dificulta al profesor en la sala de clases. Vincular aprendizaje y tecnologías de la comunicación e información implica muchísimo más que aparatos tecnológicos (celulares, datas, computadores) o plataformas (video juegos, aulas virtuales, sitios web). Implica ante todo comprender que lo que para la generación «pre-digital» (muchos de los cuales están aún en aula) son recursos tecnológicos, para la generación digital es, en cambio, cultura. Y hablar de cultura es lo mismo que hablar de «segunda piel».
c. Quien comprende el impacto de la cultura digital en las nuevas generaciones de estudiantes, puede indudablemente potenciar en ellos habilidades necesarias para el siglo XXI, tales como trabajo colaborativo, pensamiento crítico o creatividad. Pero además está en condiciones de ofrecer aquello de lo que la tecnología no es capaz: un horizonte ético, que permita a los estudiantes aprovechar todas las oportunidades que el mundo digital les ofrece, pero sin por ello perder humanidad.
Desde el punto de vista de los aprendizajes, la cultura digital no es optativa. Cuando accedemos a ella, modifica la forma en que aprendemos y nos relacionamos con el mundo y las personas. Ser profesor en estos tiempos, y en esta cultura, exige asumir el desafío de cumplir el último de los fines de la educación: mostrar sentido.
P. Humberto
Palma Orellana
Licenciado en Ciencias Religiosas, 2002.
Profesor de Religión, 2009.
Magíster en Gestión y Liderazgo escolar, 2017.
Rector Colegio Amada Sofía, Coltauco.